スペイン史研究

ESTUDIOS DE HISTORIA DE ESPAÑA

Número 34 (diciembre 2020)

Influencia de la moneda islámica en el sistema monetario de la Península Ibérica.

 

Por Toshihiro Abe

 

Son numerosos los estudios históricos sobre la conquista islámica de España. Sin embargo, los investigadores japoneses apenas han prestado atención a la influencia de las monedas islámicas en el sistema monetario de los reinos cristianos, como los de Castilla y Aragón. Las investigaciones suelen centrarse en aspectos políticos y culturales, pero no en los económicos ni, por tanto, en la moneda, aunque esta fuese determinante en la conformación de la economía y la sociedad en que circulaba. Además, la moneda es sin duda fuente importante de información histórica, especialmente para la Edad Media, época de la que quedan escasos documentos escritos.
 
Este artículo defiende el uso de la moneda como fuente de información tanto para la historia general como para la específica del sistema monetario de Castilla y la Corona de Aragón hasta mediados del siglo XIII, es decir, hasta que los cristianos conquistaron casi toda la Península con excepción del reino Nazarí de Granada.
 
En el capitulo dedicado a las herramientas de investigación se explican en primer lugar las características generales de la numismática de la Península Ibérica en la Edad Media y se señalan algunas de las principales publicaciones sobre historia monetaria general de la Península y de cada uno de los reinos hispánicos de la época. A continuación se comentan las publicaciones y congresos que reflejan las nuevas tendencias de la numismática y los catalógos de cada reino o región. Finalmente, se señalan los diccionarios numismáticos, tratados técnicos de acuñación de monedas y revistas numismáticas principales.
 
En el siguiente capítulo se hace un resumen de la historia monetaria de Castilla. Hasta el siglo XI no se acuñaron monedas propias ni en el reino de Asturias ni en el de León. Solo se utilizaban monedas extranjeras, sobre todo las monedas islámicas de los Omeyas. Después de la caída de la dinastía Omeya en el siglo XI, el rey Fernando I mandó producir “denarius”, monedas de plata de estilo occidental. Con todo, los reyes de Castilla y León de la época eran conscientes del valor de la moneda islámica, sobre todo de la moneda de oro, por lo que reyes como Alfonso VI, Alfonso VII y Alfonso VIII imitaron las monedas de oro de la dinastía Almorávide, a las que llamaron “morabetinos” o “maravedís”. Tras la llegada de la moneda de oro de la dinastía Almohade, en Castilla y León se comenzó la fabricación de monedas de oro a las que se dio el nombre de “dobla”en la segunda mitad del siglo XIII, mientras el “maravedí” fue el nombre dado a la moneda de plata en el reinado de Alfonso X, aunque luego, en el siglo XIII, desapareció poco a poco como moneda real. Sin embargo, el término “maravedí”sobrevivió convirtiéndose en moneda de cuenta. Así se conformaron las características principales del sistema monetario de Castilla: una fuerte tradición de uso de la moneda de oro, procedente de la moneda de oro islámica, y del “maravedí” -término procedente del de la moneda de oro de la dinastía Almorávide- como moneda de cuenta.
 
En el siguiente capítulo se resume la historia monetaria de la Corona de Aragón. Dos son las características principales del sistema monetario de este reino: la fuerte influencia del sistema monetario occidental, es decir, el sistema de la dinastía carolingia o el mundo latino-católico y la debilidad del poder imperial en el control del sistema monetario. Los orígenes de los condados catalanes se remontan a la conquista de Carlo Magno. Ya antes del año mil, se empezó en los condados a acuñar monedas, aunque manteniendo el estilo carolingio. En Cataluña también algunos gobernadores, como los condes de Barcelona, imitaron las monedas de oro islámicas en el siglo XI. Sin embargo, estas imitaciones duraron poco y los condes de Barcelona -reyes de Aragón- hicieron sus propias monedas siguiendo el mismo sistema de otros reinos europeos. Por otra parte, debido a las dificultades políticas y económicas, los reyes poco a poco perdieron el control de la acuñación de monedas a lo largo  de los siglos XII y XIII.
 
En la Baja Edad Media, las peculiaridades del sistema monetario de cada reino cristiano acentuaron sus diferencias. Castilla mantenía las tradiciones procedentes del sistema islámico: el estilo de la moneda de oro y el uso del “maravedí”como moneda de cuenta. El rey, además, ostentaba el monopolio de acuñación de monedas. En cambio, la Corona de Aragón hizo sus monedas siguiendo el estilo europeo, pero el rey no pudo controlar la producción monetaria. Estas diferencias se prolongaron a pesar de la unión de los dos reinos tras el matrimonio de los Reyes Católicos, con ventaja del sistema de Castilla, aunque en las transacciones transfronterizas el uso del sistema monetario de origen islámico constituyó una gran desventaja.
 

 

Las estrategias y las redes migratorias de los trabajadores no cualificados en el Madrid de la Edad Moderna: un estudio de los casos galaico-asturianos (1701-1820)

 

Por Hidenao Dohino

 

En la sociedad rural, basada en las explotaciones de las unidades familiares, la migración en busca de trabajo tanto temporal como estacional era una de las pocas maneras de conseguir dinero junto con la venta de productos principalmente agrícolas. A lo largo de la Edad Moderna fueron frecuentes las migraciones en busca de trabajo. Ya en el siglo XVIII las migraciones temporales se habían convertido en una parte importante del ciclo de la vida para muchas familias rurales, que llegaron a formar “redes” o “diásporas” en los lugares de destino.
 
A pesar del auge de los estudios de las redes interpersonales en la historiografía de la migración en la Edad Moderna, estos han centrado en los grupos privilegiados, como los aristócratas, militares, eclesiásticos y comerciantes, y no en los inmigrantes pobres que partían anualmente de sus tierras poniendo en marcha diversas estrategias de supervivencia. Esta modalidad de inmigración continúa siendo investigada desde la historiografía de la pobreza, en muchas ocasiones, sin tener en cuenta sus relaciones sociales; especialmente, las familiares y paisanas, que daban lugar a formas de apoyo mutuo. Partiendo de este estado de la cuestión, este trabajo analiza las prácticas que desembocaron en la formación de redes migratorias o diásporas por parte de los asturianos y gallegos en el Madrid del siglo XVIII y principios del XIX, como un ejemplo de las diferentes estratagemas que desarrollaban los inmigrantes, trabajadores humildes o descualificados, para asegurar su supervivencia.
 
Para ello hemos acudido a los testamentos y “declaraciones de pobreza” dejados en el Real Hospital General y de la Pasión de Madrid, que se conservan en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, como fuentes principales. También hemos utilizado otras fuentes complementarias, como las matrículas de aguadores, El Diario de Madrid, y una relación de recogida de pobres y vagabundos. Hemos seguido el rastro de todos los asturianos, gallegos y sus hijos en dicha documentación entre los años 1701 y 1820, consultando 5730  documentos, muestra que consideramos representativa.
 
Primeramente, analizamos cuantitativamente los aspectos demográficos y laborales a partir de los datos de tres décadas (1701-1710, 1751-1760 y 1791-1800), para dar una imagen general de nuestros protagonistas y al mismo tiempo establecer diferencias en base a los obispados de los que procedían. A continuación, procedemos al análisis cualitativo utilizando los datos del total de la muestra. Para no obviar la existencia de redes familiares y paisanas, intentamos aproximarnos a la vida de los gallegos y asturianos en relación con sus familias y paisanos, a pesar de la frecuente invisibilidad de estos últimos en los documentos. Estas relaciones suponen la base de las redes, las cuales analizamos fijándonos principalmente en informaciones tales como deudas, sueldos impagados, los bienes guardados y albaceas, y reconstruimos una parte de sus relaciones sociales, prácticas y estrategias, que explicarían los factores de la formación de sus diásporas. Nos centraremos en tres oficios: aguadores, panaderos-tahoneros y vendedores ambulantes de lienzo, que nos aportaron información relativamente abundante.
 
Las conclusiones que hemos obtenido son, en primer lugar, que los inmigrantes humildes o descualificados también sustentaban sus redes implicando a sus familias y paisanos, valiéndose de algunos espacios concretos, tales como posadas, casas y hermandades. La información de búsqueda de personas en el Diario de Madrid nos permite entrever la figura de los inmigrantes jóvenes gallegos que iban a la corte en busca de sus familiares, que ya trabajaban de panaderos o tahoneros, para así conseguir trabajo, muchas veces el mismo oficio, gracias a su influencia. Así, los gallegos llegaron a suponer 2/3 del total de los panaderos madrileños a mediados del siglo XIX.
 
A partir de los testamentos de los vendedores ambulantes de lienzos, podemos ver que al llegar a Madrid, acudían también a sus paisanos, que trabajaban como criados o panaderos y tahoneros, pidiéndoles ayuda tanto en forma de dinero como en la custodia de mercancías, su venta, cobro y posterior envío de los beneficios.
 
Además, aquellos inmigrantes que eran trabajadores no cualificados solían servirse de otras estrategias, como la herencia, el arrendamiento, el traspaso y compraventa del oficio, o los “derechos laborales” entre familias, paisanos y amigos. En el caso de los aguadores, la “plaza” o derecho laboral no era barata. Para poder permitírsela necesitaban ayuda económica o, en otros casos, adquirirla con sus personas de confianza dividiendo el pago entre todas ellas, algo que explica por qué era tan habitual encontrar asturianos ejerciendo como aguadores. Sin duda, el ejemplo más destacado es el de estos últimos, aunque estas prácticas pueden ser constatadas en muchos otros oficios no cualificados, como el de los taberneros y los vendedores ambulantes o los mozos de trabajo. Todos buscaban de esta manera asegurarse el sustento, trabajando gracias a la intermediación de sus familias y paisanos en Madrid, ciudad en la que era habitual el paro.

 


La Habana colonial y el transporte de prisioneros carlistas durante la Primera Guerra Carlista (1834-1837)

 Por Yukari Yashima

 

España, a lo largo del siglo XIX, intentó construir un Estado moderno con base en la nación española, al tiempo que se perpetuaba como imperio ultramarino gracias a sus territorios isleños -Cuba, Puerto Rico y Filipinas-, cuyo mantenimiento fue la principal directriz de su política exterior. Para analizar la relación de estos dos procesos históricos nacional-imperiales, que parecen incompatibles a primera vista, este artículo pretende abordar las remisiones de carlistas sentenciados a Cuba durante la Primera Guerra Carlista(1833-1840).
 
En la primera parte, se intenta aclarar la cifra de los deportados, la forma en que se transportaron, datos de sus perfiles, tales como la edad, el estado civil, la procedencia, el oficio, etc., y su estado de salud al llegar a La Habana después de un mes y medio de navegación. Se transportaron unos 2.600 carlistas desde mayo de 1834 hasta diciembre de 1837, de los cuales más del 60 % procedían de Barcelona y Tarragona. Esto nos permite pensar que ellos formarían parte de las partidas que operaban en este territorio y en la zona del Maestrazgo. Muchos relegados llegaron al puerto en un estado miserable y enfermos. La mayoría de ellos eran jóvenes y procedentes de un medio rural. Vale la pena fijarse en que los barcos utilizados no eran militares sino privados y que más del 60 % eran mercantes que se dedicaban a los negocios ultramarinos entre Cataluña y el Caribe. Los carlistas fueron transportados junto a mercancías como vinos, aguardientes, telas y frutos secos.
 
Después de someterse a un chequeo, los deportados eran destinados al servicio de armas en los regimientos desplegados en la isla, pero una parte de ellos, los que tenían oficios como albañil, carpintero, cantero o tornero, fueron utilizados en obras públicas de gran escala realizadas bajo el mando del Capitán General Miguel Tacón como máxima autoridad (1834-38).
 
En la segunda parte, se intenta examinar el significado histórico que tenían estos trabajos forzados en el contexto del colonialismo español del siglo XIX. Miguel Tacón fue el primer capitán general que envió el gobierno liberal establecido después de la muerte del rey Fernando VII. Tan pronto como llegó a La Habana, procedió a ordenar el espacio urbano de la ciudad, que se iba expandiendo rápidamente más allá de las murallas. Las obras públicas eran costosas. La persistente escasez de mano de obra, causada por la expansión económica azucarera y la ilegalización del tráfico de esclavos, había elevado  los jornales. Por otra parte, la antigua cárcel estaba llena de presos comunes o vagos condenados por la dura política de orden público. En tal estado de cosas, Tacón empezó a utilizarlos como mano de obra barata para la realización de sus obras.
 
Las obras más importantes eran la construcción de una nueva cárcel y el mejoramiento de un camino militar que conectaba el Castillo del Príncipe y la ciudad, donde los carlistas fueron obligados a trabajar con otros presos comunes, esclavos, cimarrones capturados, emancipados y vagos. En esas circunstancias tan penosas algunos de ellos murieron. Podemos explicar este afán de Tacón por el embellecimiento y la modernización de La Habana, la “capital” del imperio ultramarino, desde dos puntos de vista: 1) la consolidación de su poder político personal frente a las élites criollas, quienes tradicionalmente habían gozado de un poder autónomo otorgado por los reyes absolutistas, 2) la legitimación del dominio español sobre Cuba, frente a los países republicanos en crisis política y económica después de haberse independizado de España.
 
Los soldados carlistas derrotados en las batallas contra los liberales debieron “excluirse” del proceso de construcción nacional y Cuba también fue “excluida” de la nación española, ya que la isla quedó privada de los derechos políticos que había asegurado la Constitución del 1837 a todos los españoles. Así fue, durante el mandato de Tacón, como se configuraron las bases para una relación colonial con la isla en el liberalismo español. Se podría decir que la política de conservación del imperio ultramarino del siglo XIX se apoyaba en esta doble “exclusión”. La Habana se embelleció, pero en realidad la isla quedó degradada por completo al estatus de colonia.    

 

 

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