スペイン史研究

ESTUDIOS DE HISTORIA DE ESPAÑA

Número 13 (diciembre 1999)

De la lana al algodón ? Una consideración sobre la extensión de la industria de algodón en las áreas rurales catalanas (1779-1806)

Yoshitomo Okuno

La industria algodonera tuvo un papel protagonista en la arrancada de la industrialización fabril en Cataluña y, desde sus inicios, se singularizó, entre otras cosas, por su carácter urbano y, más aún, barcelonés. Sin embargo, en el último cuarto del siglo XVIII, la fase de la hilatura -manual- se desarrolló, en buena medida, a base de dar trabajo a hiladoras rurales, también el tisage del algodón se extendió hacia áreas que no se pueden calificar de urbanas.

Este artículo se concentra precisamente en estas fases y en estos aspectos de la historia temprana de la industria algodonera en Cataluña. En efecto, aún no se ha aclarado bien porqué se extendió a partir de Barcelona, dónde se implantó y dónde no, porqué se difundió la hilatura o el tisage o bien la combinación de estos dos procesos. Se trata principalmente de examinar la relación entre esta etapa de la industria algodonera y el desarrollo anterior de la economía rural que, en algunas comarcas, tenía un destacado componente industrial.

Como conclusión, podríamos afirmar que la actividad algodonera que combinaba hilados y tejidos se extendió, entre 1779 y 1785, en algunos núcleos importantes de la antigua industria lanera como Igualada, Manlleu, Berga, Sabadell, Cardona, Vic, Capellades, Monistrol, Olot... Eran localidades donde se fabricaban tejidos de lana de media o alta calidad destinados a mercados que no eran estrictamente locales, tejidos que se vendían en otras comarcas catalanas o en otras regiones de España. Además, estas localidades eran centros locales y tenían varias funciones, sobre todo la comercial. Por esa razón, eran núcleos en los que no solo se fabricaban tejidos de lana, sino que disponían de una buena capacidad de recoger informaciones sobre el ambiente de los mercados.

Los que introdujeron esta industria de hilados y tejidos de algodón fueron los "paraires" y los tejedores locales. Entre 1779 y 1785, cuando el encarecimiento de los hilados de Malta  repercutió negativamente sobre la producción de las "fàbriques d'indianes" de Barcelona, los "paraires" y los tejedores de estos núcleos se convertieron en fabricantes de algodón, y empezaron a fabricar telas crudas de algodón hechas con algodón de América para venderlas a las "fàbriques d'indianes" de Barcelona, aprovechando las redes ya previamente existentes de trabajo domiciliario de hiladoras y de tejedores.

Como con esta nueva industria no sólo los fabricantes sino también los cardadores, las hiladoras y los tejedores podían ganar más que con la industria lanera, la conversión de la lana al algodón progresó muy rápidamente, en perjuicio de la industria lanera. Dicho de otra manera, eran zonas donde la industria tradicional de la lana había creado una mano de obra bien preparada y organizada, unas redes estables de trabajo domiciliario y una clase empresarial previsora, y todo esto favoreció una rápida adaptación a una actividad textil nueva y prometedora. Así, núcleos destacados de la industria lanera se volvieron núcleos algodoneros incipientes durante el último cuarto del siglo XVIII.

Por otro lado, las "fàbriques d'indianes" de Barcelona, para solucionar el problema del encarecimiento de los hilados de Malta, aparte de comprar telas crudas de algodón a los fabricantes rurales, restablecieron la "Companyia de Filats de cotó" en 1783. Esta Compañía, en principio, intentó hacer hilar en áreas de tradición lanera, subcontratando "paraires" como  organizadores de la hilatura y aprovechando las redes de trabajo domiciliario existentes. Pero en las áreas donde los fabricantes de lana ya habían tomado la iniciativa de pasarse a la fabricación de tejidos de algodón, la Compañía encontró una fortísima competencia, de manera que pronto se replegó hacia áreas donde había una industria de lana de poco vuelo para consumo local y comarcal. Estas áreas abandonaron el tisage y se especializaron en la hilatura.

Además, la Compañía introdujo la hilatura en un otro tipo de territorio. Eran zonas donde casi no había ninguna industria lanera pero existía la posibilidad de ocupar muchas mujeres y criaturas ociosas. Sin embargo, no era fácil encontrar mano de obra y agentes con la experiencia necesaria ni había redes de trabajo domiciliario establecidas. En consecuencia, llegar a hacer hilar con cierta calidad era costoso, y la regularidad no es podía garantizar.

Finalmente, entre estas tres áreas que hemos visto, solo una, que incluyó núcleos importantes de la antigua industria lanera, experimentó una fuerta industrialización posterior. En cambio, en las otras dos áreas, donde solo se practicaba la hilatura por cuenta de Barcelona o de otros núcleos industriales, era difícil que la industria algodonera se arraigara y se llegara a una verdadera industrialización. Sobre todo, esto era dificilísimo en las zonas donde no había casi ninguna tradición de industria rural dispersa.

En definitiva, al considerar la extensión de la industria algodonera en zonas rurales y la posterior industrialización de estas zonas, hay que examinar no sólo la disponibilidad de recursos naturales y el costo del transporte, sino también la disponibilidad de recursos humanos que ofrecía la industria tradicional rural, sobre todo la de la lana.

 

Desarrollo y límites de la industria textil segoviana en el siglo XVII

Kaori  Nakamoto

La industria textil de la ciudad de Segovia, que había vivido su mejor etapa como centro pañero en la segunda mitad del siglo XVI y padecido una cruel decadencia durante el XVII, experimentó a lo largo del XVIII una cierta recuperación en la producción y unos cambios importantes en su organización.

A principios del XVIII, los grandes fabricantes, encabezados por doce Diputados, bajo el "Verlagssystem" bien combinado con un sistema de control de calidad realizado por los veedores gremiales, organizaban sus actividades de producción alrededor del trabajo minucioso de los mejores materiales y el mantenimiento, lo cual implicaba una conservación de la tradición del XVI. Junto a esos fabricantes tradicionales y poderosos, existían también los pequeños fabricantes, quienes, a causa de la falta de capital, recurrían a trabajos de poca monta y producían  paños defectuosos, lo que perjudicó a  la afamada industria de Segovia. Los Diputados, con las  Reales Cédulas de 1703, 1708, 1709 y finalmente con las Ordenanzas de fabricación pañera de 1733, que forzaban con un control más exigente la perfección de la fabricación y, a la vez, un coste elevado, lograron establecer su dominio exclusivo a costa de los pequeños fabricantes.

En la segunda mitad del siglo, la industria textil segoviana experimentó una novedad: en 1763, aquellos fabricantes poderosos fundaron la Real Fábrica de Paños Superfinos de la Compañía, el primer ejemplo segoviano de la "manufactura". Desde el principio, sus negocios cayeron en dificultades financieras, debido a la escasez del capital fundacional y la ausencia de mercado. Sin embarago, esta Fábrica, especializada en los artículos de la categoría más alta y dependiente de un sistema de control de calidad aun más rígido que el de la "Fábrica Común" (la organización tradicional), no supieron reducir el coste de producción y acabaron por arruinarse en sólo dieciséis años. Poco después de ese fracaso, las instrucciones de la Fábrica de Paños Superfinos fueron compradas por un empresario segoviano, Laureano Ortiz de Paz. Y por aprobación real, se puso en marcha la Fábrica de Ortiz de Paz. Este empresario emprendió una actividad de envergadura relativamente grande, invirtiendo una cantidad importante de dinero en su Fábrica y, como resultado, sus negocios prosperaron hasta producir en los años ochenta el 20 por ciento de la producción total de la ciudad. Lo más llamativo de esta Fábrica fue que, según su reglamentación, se permitía una mayor variedad de sus artículos y completa libertad en las técnicas de confección. Sin embargo, un plan tan flexible no se realizó: Ortiz de Paz no pudo liberarse del ideal tradicional que insistía en la alta calidad, ignorando la reducción del coste, y no llevó a cabo la necesaria diversificación de las mercancías ni  adelantos técnicos.

A finales del siglo, unos fabricantes más renovadores y la Sociedad Económica de Segovia, emprendieron la reforma del marco tradicional y, en 1789, con el apoyo del gobierno, afectado por el liberalismo económico, establecieron el Reglamento Interino en sustitución de las Ordenanzas de 1733. Este Reglamento contenía unas novedades significativas que pretendían la reducción del coste y la diversificación de los artículos: la extinción del dominio exclusivo de la Diputación vitalicia, la derogación de la exigencia de emplear las lanas más finas, una parcial libertad de la tasa de las labores, y completa libertad técnica en la fabricación. Así esteReglamento dio a los fabricantes la posibilidad de libre producción. No obstante, aquellas novedades significativas fueron nulas ante la excesiva confianza en el prestigio de la calidad en el seno de los fabricantes segovianos. Mientras tanto, los fabricantes extranjeros y los de otras regiones nacionales, Cataluña sobre todo, adoptaban con relativa rapidez la nueva tecnología y aumentaban el rendimiento. En 1817, la Fábrica de Ortiz de Paz intentó desarrollar una tecnología de fabricación con la introducción de nuevas máquinas, lo que fracasó a causa de los incendios provocados por los mismos obreros desplazados por las máquinas. El atraso tecnológico fue catastrófico en un período en que se articulaba el mercado nacional  y acabó causando la desaparición definitiva de la industria pañera, que había sostenido la dinámica económica de la ciudad.

 

Las funciones políticas de la corte de Felipe IV: estado de la cuestión.

por Kazuo Miyazaki

Lo que he intentado en este artículo es, utilizando fuentes secundarias, reflexionar acerca de las funciones políticas de la corte de Felipe IV, escenario de ascenso social para la élite político-administrativa de la época, a saber, la nobleza y los letrados.

A diferencia de la nobleza francesa o inglesa expuesta al peligro de bancarrota en plena crisis económica del siglo XVII, para la nobleza castellana vivir en la corte no era una opción inevitable, ya que el rey protegía a los nobles endeudados para que no se quebraran. Este hecho no implica la independencia de la nobleza frente al rey, sino todo lo contrario, porque un arreglo favorable al deudor dependía del favor del rey y de sus funcionarios. Por otra parte, el rey no mostró vivo interés por atraer a la nobleza a la corte. Como para un noble linaje la decisión de trasladar a Madrid significaba una "apuesta de todo o nada" (A. Domínguez-Ortiz), algunos de ellos permanecieron en su señorío en la zona rural.

Los que optaron por trasladarse a la corte tenían que someterse al sistema de distribución del patronazgo controlado por el valido. Ni la presencia de los validos al lado del los monarcas, ni las características de su ascenso y sus funciones, pueden ser vistas como una novedad del siglo XVII, sino como una continuación de los últimos años de Felipe II. Hay mucha semejanza entre la actuación política de Lerma y la de Olivares. La diferencia consiste en que éste siempre procuraba resaltar la figura del rey más que a sí mismo cuando de propaganda se trataba y no se ocupó personalmente de la distribución del patronazgo real. Pero esta política de realce de la majestad real resultó al fin incompatible con la de restricción financiera.

El valido tampoco era una peculiaridad de la monarquía hispánica. Muchos monarcas europeos del período 1560-1660 tenían un valido o favorito personal. A diferencia de la imagen que se tiene, en realidad el valido no controlaba al rey, sino era nada más que una hechura del rey. Una de las razones por las que el valido ganó tanta importancia en dicha época fue que para controlar a los nobles que iban concentrándose en la corte, el rey necesitaba a alguien que compartiera la origen social de la misma alta nobleza o que estuviera fuera de su jerarquía, es decir, un prelado de la Iglesia. Otra explicación es que el rey lo necesitaba como administrador del patronazgo real y como escudo contra los solicitantes. Pero esta explicación no se puede aplicar al caso de Olivares. Es discutible afirmar que la invisibilidad del monarca en la corte de los habsburgos refleja una concepción oligárquica de la monarquía, mientras que la publicidad de la figura de los reyes franceses refleja una concepción autoritaria de la misma. Es posible que la etiqueta de los habsburgos españoles refleje el temperamento y el estilo de vida del monarca que la estableció, es decir, Felipe II. También puede ser producto de la necesidad de protegerse de los solicitantes del patronazgo real. Además hay que tener en cuenta que a principios del siglo XVII tanto en la corte de Viena como en la de Londres la etiqueta cortesana tendía a aislar y alejar al monarca de sus súbditos.

En el palacio del Alcázar se entremezclaban el personal de la Casa Real y el de la Adminstración Central. Por lo tanto, se puede imaginar que los funcionarios reales se veían obligados a actuar siguiendo las reglas de juego de la sociedad cortesana. No se formó en la Castilla del Antiguo Régimen una noblesse de robe como en Francia. La mayoría de los miembros de los Consejos proviene de una nobleza de sangre de categoría baja y no de la burguesía. Además, los consejeros no podían transmitir su oficio a sus hijos, porque la monarquía hispánica nunca puso en venta los altos cargos. Ciertas familias permanecía en la alta administración durante varias generaciones, porque los hijos y parientes de los funcionarios tenían facilidad de acceso al cursus honorum a través de los colegios mayores y de las recomendaciones. Pero, de todos modos, este grupo se diferenciaba poco de la nobleza tradicional respecto a la vida social y cultural. En esa época, por otra parte, la nobleza de sangre iba abandonando su ocupacion tradicional de guerrero y prefería conseguir los cargos de alta administración que les facilitaba la carrera de jurisprudencia. Por lo tanto en la corte de monarquía hispánica no surgió distinción entre la noblesse d'épée y la noblesse de robe.

Olivares no pudo hacer que sus hechuras se introdujeran en el cursus honorum que conducía a los letrados a los Consejos. Por eso, para discutir y decidir los asuntos importantes y urgentes, creó unas juntas o comités de expertos que se componía tanto de sus hechuras como de algunos miembros de los Consejos y los secretarios reales que habían atraído su atención; de esa forma iba debilitando la competencia de los Consejos. Es cierto que para atraer la atención de Olivares y formar parte de sus hechuras hacía falta algo más que adhesión personal, pero es dudoso que el Conde-Duque intentara establecer una meritocracia.

En vista de las investigaciones recientes, el mundo de la élite político-administrativa española en la época de Felipe IV aparece como una sociedad relativamente harmoniosa y ordenada en comparación con la de otros países. Es lógico en cierto sentido. La historiografía tradicional sobre la España del siglo XVII tendía a buscar unos males concretos a los que pudiera atribuir la causa de la decadencia. Como reacción a esa tendencia, las investigaciones recientes tratan de relativizar esos males. Pero es impensable sostener que la pérdida de hegemonía de España en el siglo XVII no tenga nada que ver con la estructura de la sociedad de la élite político-administrativa. Sospecho que algunas características de aquella sociedad que nos parecen positivas contempladas desde nuestra sociedad civil, fueron en realidad, nocivas para mantener la hegemonía en la Europa del siglo XVII.

 

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